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Ministerio de Salud y Protección Social

A través de tu mirada

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​El Ministerio de Salud y Protección Social visitó las comunidades indígenas asentadas en San Antonio y en Cerros de Urania, en el departamento del Vaupés.
09/08/2013
Boletín de Prensa No 249 de 2013

 
 
- Una travesía por el Vaupés revela la necesidad de redefinir el sistema de salud para aquellas comunidades donde el acceso a los servicios enfrenta la barrera de las zonas dispersas*.
 
Más de 30 lenguas nativas, más de 280 comunidades indígenas, más de 86 comunidades atendidas, más de 19 horas de trabajo quirúrgico y una sola misión: dar respuesta en salud a los colombianos de las zonas dispersas del país.
 
La misión tenía nombre propio: la lucha contra el tracoma. Quien creyera que la acción contraria de una pestaña puede generar semejante mal como la ceguera.
 
Solo en este país macondiano, no ajeno a las contradicciones de salud, se ha heredado una enfermedad que es la primera causa infecciosa para dejar ciegos a los más pobres en el mundo.
 
Y es que esa herencia del siglo XVIII, dicen los historiadores, entró al continente proveniente de Portugal. En las plantaciones de caucho de las provincias vecinas de Ceara y Maranhao se situaron los primeros focos de ese mal, el cual se pretende acabar.
 
El Ministerio de Salud y Protección Social con sus aliados estratégicos hizo presencia en terreno, en Vaupés, para atender directamente a la comunidad; para seguir los lineamientos establecidos 168 horas antes por el ministro Alejandro Gaviria Uribe: Acabamos con la oncocercosis, ahora vamos por el tracoma. Y ese ´mandato’ tomó carrera en otro escenario distinto, con las comunidades diferentes, en su raza y en su color, pero coincidían en que sus ojos eran objeto del mal del siglo XXI: la pobreza extrema, los determinantes sociales que afectan la salud de los colombianos más vulnerables a los cuales se les está dando una respuesta efectiva.
 
El corregimiento de Naicioná, en el municipio de López de Micay, goza hoy de miradas limpias, transparentes, libres de todo peligro porque cada seis meses durante los últimos 11 años tomaron Mectizan. Ese juicioso tratamiento hasta cánticos sacó de las gargantas que ya hoy gritan jubilosos la libertad sublime contra el yugo de la ceguera de los ríos.
 
Ahora, en otro escenario, la batalla apenas comenzaba. Con otro foco, con otro enfoque y con realidades disímiles. En el extenso departamento del Vaupés conviven más de 200 comunidades indígenas, unas nómadas, otras asentadas a lo largo y ancho del territorio pero la diversidad de lenguas nativas hace más complejo el trabajo de convencerlos de operarse para no apagar la luz de sus ojos.
 
Daniel Vanegas es el traductor encargado de darle a entender a Hernando Lima que la picazón en sus ojos tendría fin no sin antes recibir una sutura en sus párpados para no dejar que las pestañas rayen su córnea.
 
Daniel asegura que apenas sabe cuatro lenguas, además del español, que aprendió de pequeño en la escuela. Ayuda a Hernando a ponerse su bata quirúrgica, la cual también debe vestir para ingresar a la sala de cirugía. Allá, casi como una torre de babel se abre un camino para que el inglés se encuentre con el español y este sea aliado de la lengua nativa para explicar los procedimientos a seguir.
 
De Estados Unidos, una rubia doctora de ojos azules traía la respuesta para acabar con la picazón en los ojos de Hernando. Él, en su lengua, daba gracias al Ministro por promover una brigada que acabaría con su molestia ocular.
 
La doctora Shannat Merbs había estado en África desarrollando una nueva técnica contra el tracoma. Llegó a Mitú con la intención de enseñarles a los médicos nacionales cómo adelantar nuevos procedimientos para que sus aborígenes no padecieran más este mal, muy recurrente en el continente negro y descubierto en el oriente colombiano a pocos pasos de la frontera con Brasil.
 
Ella asegura aprendió que en Mitú no había carreteras que comunicaran con otras comunidades y le parecía extraño, pues venía de Baltimore, ciudad de Estados Unidos que alcanzó el desarrollo hace muchos años. Sin embargo, eso no fue obstáculo para dejar su conocimiento en manos de oftalmólogos colombianos. En uno de los recesos entre cirugía y cirugía le pregunté si al final del día quedaba satisfecha después de haber realizado y mejorado la calidad de vida de sus pacientes, a lo que respondió que siempre habrá uno que requiera la intervención y mientras esa posibilidad exista habrá que ir como lo ha hecho hasta el fin del mundo a poner un granito de arena.
 
Una hora después sale Daniel del quirófano llevando de la mano a Hernando Lima. Este último da muestras de molestias y ardor. En la sala contigua lo espera la médica asistente para darle el antibiótico llamado azitromicina y otros calmantes. En su lengua nativa Daniel le dice a Hernando que al día siguiente le retirarán los vendajes que cubren sus ojos y le dirá adiós a su molestia.
 
Esta es una de las cientos de historias que se ciernen alrededor de un mal que tiene raíces en lo que hoy se llaman los determinantes sociales. Un par de palabras
que en 21 letras resumen las causas de infecciones que generan daños irreversibles pero que si tienen otros factores incidentales reducirían su recurrencia. El agua potable y hábitos de higiene son dos de ellos.
 
Mientras uno de mis compañeros de viaje abordaba una avioneta para ir a 30 minutos de vuelo y una hora de camino a la comunidad San Antonio a encontrarse con los nómadas Nukak, decidí tomar una moto para visitar a la comunidad Mituseña, en los cerros de Urania, a orillas del imponente río Vaupés.
 
Con un sol inclemente dimos los primeros pasos para encontrarnos con algunos de sus habitantes.  Unos amables, otros reacios, tal vez emulando el tiempo de la conquista pero sin ningunas represiones. ¿De dónde vienen? ¿a qué se dedican? ¡Este es un lugar sagrado! Esas fueron algunas de las voces que se escucharon entre la maloka y la escuela.
 
Sin embargo, seguimos el camino y en aquella primera casa hecha de madera emergieron esos ojos negros(**) sin tacha, limpios y ajenos de todo mal que pudiese afectarlos pero en un ambiente hostil en materia de higiene. No entendía qué estábamos haciendo allá, no entendía qué estábamos hablando ni porqué personas ajenas a su comunidad estaban de visita.
 
Lo que sí entendíamos nosotros es que esos ojos negros debían seguir brillando. Por esos ojos negros, por esa mirada tierna, valía la pena seguir luchando contra eso que se llaman determinantes sociales, para que estén libres de ese monstruo llamado tracoma.
 
La travesía había iniciado 48 horas antes en Bogotá, al abordar un pequeño avión que llevó a ocho profesionales en representación del Estado, de organismos internaciones y de la Escuela de Higiene y Enfermedades Tropicales de Londres, así como del hospital John Hopkins de Estados Unidos  para dar esperanza, vida y luz a todos los ojos de las comunidades afectadas por esta enfermedad.
 
Se empezaba a escribir ese primer capítulo en el camino de erradicación de dicha enfermedad que, en solo este lado del continente, afecta a 80 millones de personas, deja 8 millones con impedimentos visuales y aporta el 3% de la ceguera prevenible en el mundo.
 
A 31 mil pies de altura se discutían las estrategias que se desarrollarían a 500 kilómetros al oriente de la capital de la república, allá, en el Vaupés, donde un pasaje de avión puede costar hasta tres millones de pesos el mismo valor de una cirugía ocular para tracoma- para poder acceder a zonas inhóspitas.
 
En este punto de la frontera colombo-brasilera se empezó a escribir una nueva historia que espera un fin similar a la que, en 1965, se inició en Naicioná, para dar la batalla a las enfermedades infecciones desatendidas.

(*) Documento elaborado por Hugo Alejandro Arévalo Dillón, periodista del Ministerio de Salud y Protección Social
(**) Texto dedicado a los más de 514 niños diagnosticados con tracoma activo en el oriente del Vaupés por el referente de Enfermedades Infecciosas Desatendidas, a otros tantos que están en riesgo y a aquellos que podrán librarse de esta enfermedad.
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